domingo, 11 de mayo de 2008

Elegía a un niñito birmano


Escuchaba noticias de fuego, robos, guaridas hampas,

Y más des-información sobre crímenes del tipo normal

Cuando oí de ti, hijo de la luna oriental,

Y lloré a la luz de la lumbre dorada, arropado en mi manta.



Al amparo del fulgor relampagueante de la luna has de estar,

Pues tus padres, tus hermano sonrientes y subyugados,

Tus tíos optimistas, tus abuelos sabios y el fuego familiar

Han expirado bajo la inclemencia del viento aciago.



Lo sé, pero ya es pasado y tú bajo la luna caminarás,

Y eso es por lo que lloro, porque estás solo, y estancada

Está el agua que beben tus primos muertos, y eso me hace llorar.


¿Cómo eres? ¿Acaso tienes los ojos negros? No, eso da igual,

Porque lloro, y tú no te lamentas, ya que no sabes gritar: los verbos

Pasan ajenos en torno a ti, y tú no entiendes que pronto perecerás.

Por eso lloro, y tú en llantos insondables, amaneces cada vez más muerto.


Sigo llorando. Pero lloro entre sorbos de té y caladas de fruta.

Los mosquitos se arremolinan a tu alrededor, hambrientos,

Miran con lujuria tu piel intacta, tus ojos rojos, la ruta

A tus manos vírgenes, y beberán de tus labios, de muerte sedientos.


Paludismo y cólera fatal acarrea la muerte de tormenta y tormento,

Y muerte serán tus ojos rojos. ¿Acaso has visto la luz?

Huye lejos, hijo de la luna, que tus ojos aún no se han abierto

No veas los horrores, el cielo gris, los llantos de abuela y tus hermanos de pus.


¿Morir? Sí, tienes que morir, pues las palmeras del paraíso

Que tanto anhelaban tus tíos optimistas, tus abuelos sabios,

El cuerpo intachable de tu madre se han convertido en agravio

Para tus ojos rojos. Viaja adonde nadie muerda tus brazos preciosos.


Ya no quedan sonrisas allá donde el sol naciente es oscuro

Y oscurecido estás, porque la luna te llama, lo sé, y pronto

Tus pies cándidos y suaves como la brisa, esos dedos puros

Y radiantes, que no saben acariciar la tierra barrosa, están muertos.


Huye lejos. Huye. Es mejor que tus manitas de cielo, hermosas

Y vírgenes, no toquen las armas indecentes que blanden los captores

De tus ríos, otrora impolutos, de pena transportadores.

Huye, aunque nunca llegues a mimar unos pezones morenos o las rojas rosas.


Hijo de la luna, ¿Oyes la llamada de aquello que es, fue y será

Por siempre la meta hacia la que todos los cauces discurren inexorable?

¿Ves la luz? Camina con tus pies que nunca pisaron suelo mortal.

Camina y huye, viaja que es allí donde esperan los senos de tu madre.


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