jueves, 8 de octubre de 2009

A tres bandas

Granada
Hubo un tiempo en que Granada no fue mora, y no fue. Ese encierro de la ciudad de los triunfadores es una constante en el horizonte de las ciudades. A veces, es una pausa. Mora o judía, blanca o tenebrista, Granada es una proyección de los abandonados a sus brazos. Porque una vez que te sometas a su juicio, a su vista, a sus opiniones, tus días se vuelven rojos, se vuelven Alhambra.
Hay algo que el viajero debe saber: Granada te posee. No viajas tú, eres transportado por el misterioso espíritu de la loma roja, de modo que cuando te sitúas ante la presencia de los años moros, te entregas a la voluntad de esa volátil fuerza que es la ciudad nazarí, y ella opina, te valora y si te quiere, te vuelves de un segundo para otro, el ser más querido, pues pocos, entre los que yo no me encuentro, han podido apreciar esa magnificencia, esa soberbia humilde de la Alhambra. Otros, en cambio, nos dejamos seducir por el Albayzin, que es el premio de los menos bravos.
La gente de Granada es simple y compleja en lapsos de tiempo tan cortos que pueden hacerte pensar que son contradictorios desde la cuna. Atraviesa mi corazón sus sonrisas arcaicas, sus alborozos. Todos somos granaínos, todos formamos parte de ese continente, y somos por tanto contenido de la historia de esa ciudad, y es halagador sentirse unido a algo tan inabarcable. Es halagador ser granaíno.
Cuando la noche se recoge, es un placer ser granaíno, y un golpe supremo contemplar ese alboroto de luces y lluvia en que se convierte la ciudad de los triunfadores. Nuestra ciudad.

lunes, 5 de octubre de 2009

A tres bandas


Melilla
Cuando era pequeño, el mundo conocido por el niño de bien se circunscribía a mi barrio, es decir a las tres calles atestadas con casas salvajes e indómitas que más que mundo, parecía la boca colorida y calada de un mellado cualquiera. Al bajar la cuesta estaba magnífica, altiva y presuntuosa la Mezquita de Melilla. Cuando era pequeño, las cosas eran grandes, los límites inalcanzables,el mundo una gota enorme y extraña. Cuando era pequeño creía que una mezquita de 200 metros, cochambrosa y descuidada, era la Meca y los pobres barbudos y famélicos que pasaban por mi barrio eran Mahomas de mi tiempo. ¡Cuánto admiraba a aquellos cuya sonrisa nunca sucumbía! Cuando era pequeño, creía en la gente. Y digo esto, porque el tiempo te lima y te pule, te encalla el alma para que no sientas dos veces la misma lástima.
Quizá con razón, quizá como precaución, al ver un mendigo(y no digo a un mendigo, porque ahora son una especie de mobiliario urbano) nuestra sensatez nos previene y nos empuja a cambiar de acera. En estos días que corren, los que están más metidos en la mierda nos inspiran pavor: ya no hay ladrones honrados ni pobres lastimeros... Ahora se sindicalizan y visten de Armani. ¡Qué extraño!No voy a caer en el "todo tiempo pasado fue mejor".
Entonces, mi Melilla, esa en la que la lluvia solo acudía al ser llamada y el sol era perenne, es un tiempo, quizá una mañana, puede que sea una eternidad. Ese sitio, que solo me pertenece y que se difumina entre sorbos de alcohol, huele a cacahuetes, menta y canela, aunque también tiene sabor a otoño, a mar, a feria y ayuno. Es un sabor agridulce, una sonrisa a medias. Melilla es un constante proyecto, una ilusión que no acaba de definirse, una elucubración mía que poco a poco se hunde.

viernes, 24 de julio de 2009

Era un hombre con propósitos simples. Cuando vivía en las favelas de Río se propuso salir de ellas, y lo consiguió. Más tarde, se dijo “iré a estudiar a Europa”, e incansable dedicó cinco años a licenciarse en Derecho y Economía. Una vez recibió el título que le permitía ejercer, quiso consagrarse a su siguiente objetivo: ser rico. Y así, uno a uno, fue dejando atrás anhelos pasados hasta que tan solo le quedó uno.
No deseaba plantearse este último propósito, pues sabía que, en el fondo, vivía para luchar, y sin nada por lo que esforzarse no tendría sentido su existencia. De este modo, el dilema de si los deseos y anhelos nos hacen infelices le sobrevenía todos los días, a todas horas. Para calmar esa ansiedad, se escondía en su mansión con un paquete de Malboro, y fumaba todo el rato, como en los viejos tiempos, cuando hubo de abrirse paso para conseguir ser rico o para conquistar el corazón de su mujer. Ya no le quedaba más que el último esfuerzo y podría ser un budista más, pero no entendía el sentido de la vida sin la lucha, sin la conquista porque lo contrario de estos principios es la derrota, la nada. Al final, acabó por formular su último objetivo: dejar de fumar, y al cabo de los años, cuando las gestas no eran más que leyendas de otro que había vivido en su cuerpo, cuando los picos se habían llenado del frío níveo de la soledad, logró ignorar el paquete de Malboro que había en la mesilla de noche.
Hecho esto, se dejó a sí mismo a merced del paso de los años tediosos e insoportables de la senectud, y parecía Cristo, con los brazos abiertos, esperando que cualquier filo o cualquier punta pusiera fin a sus sufrimientos, pero sin sangre, sin la pasión que padeció el rey de los judíos. Sin embargo, el destino, o la casualidad, o quizá sus ganas de desaparecer, hizo que su vagar estático acabara al cabo de los meses. Y así su historia acabó siendo él un infeliz exitoso, recordado y alabado por sus admiradores. Pero él se olvidó de quién era en su larga agonía.

sábado, 6 de junio de 2009

De lo que le sucedió a Gunildo en una ocasión curiosa la que... a base de bien (Ensayo)

Capítulo 1
Gunildo, eres tonto...

Capítulo 2
...

Capítulo 3

...

Capítulo 4

...

Capítulo 5
...

Capítulo 6

Y así acaba la curiosa historia de nuestro entrañable Gunildo. Espero que os sirva.

jueves, 21 de mayo de 2009

Usos y abusos

Eso no es proteger, eso es poblar el mundo con niños no queridos. ¿Quién se va hacer cargo de ellos? ¿Alguna congregación, donde el pan y la violación llegan juntas? Lo siento, pero yo no querría nacer.



La Iglesia Católica, si se caracteriza por algo, es por el abuso de la palabra "perdón" combinada con una prepotencia preliminar. No es una cosa de hoy el pedir disculpas, ni mucho menos el equivocarse; pero el Bien y el Mal, cuando se detenta la voz y el establecimiento de ambos durante siglos, se convierten en difusas nubes que se entremezclan en la noche de los tiempos, como se suele decir.
Los altos cargos católicos son las caras más visibles del fundamentalismo religioso, y en virtud de este, han cometido tantos y tantos crímenes impelidos por su "misión divina" que si tuvieran que disculparse o redimirse por ellos, no habría tiempo: el fin del mundo no está tan lejos. En lugar de comenzar su redención, de desviarse hacia el sendero de "la virtud", se adentran más y más en la sinrazón. Con la nueva Ley del Aborto,los grupos "provida" y las sotanas desfilaron enérgicamente por las calles de Madrid y de algunas ciudades más para protestar, para defender la vida... De los curillas y los meapilas se entiende, pero ¿Y los "provida"? Tan ciegos están que no saben distinguir entre derecho (pues es lo que otorga la nueva ley) y obligación? En mi insana inocencia, quiero creer que se manifiestan porque no lo han entendido bien; pero solo soy inocente unos segundo. Están en contra de sus propios derechos. Bueno, de los suyos y de los ajenos.
Inexorablemente, me viene a las sienes un dolor extraño; creo que causado por la oposición de la Iglesia , otra vez, a los matrimonios homosexuales, pero en esta ocasión aliada con los "profamilia" y los peperos, siempre al acecho. ¿La Iglesia qué tiene que decir de esta Ley? Que es contraria a la tradición, es decir, a la costumbre de quemar personas que piensan diferente. ¿O es que es más ético la violación de niños, emparedar a recién nacidos fruto de los libinidosos (aunque humanos, nadie dice que no) impulsos de los mismo que visten sotanas y alzacuellos en las manifestaciones contra las leyes seculares? Los eclesiásticos, en otros tiempos, vieron bien las medidas nazis, y ahora se retractan. Aun así, los beaticos siguen yendo a misa. Probablemente, pedirán perdón por lo que están haciendo, pero¿el mundo sabrá aceptar el abuso de la palabra misericordia?
Usen la razón, señor Rouco Varela y Benedicto XVI, no es tan fácil como no pensar, pero al menos no hay que abusasr del perdón ajeno.

martes, 19 de mayo de 2009

Notas sobre la obsesión. Parte 1


Los cipreses parecen estar vigilándome, ahora que he advertido sus malas artes. Yo no soy una mujer supersticiosa, pero creo profundamente que, con la muerte de mi marido, mi destino se me ha revelado claramente: mi propósito en esta vida es combatir la ignominia insidiosa de los mencionados árboles. Si no lo he logrado, al menos mi hijo está prevenido.
Cuando era joven, más joven quiero decir, pues no soy en realidad vieja ni anciana, me percaté de todo lo que rodeaba a esas existencias demoníacas. Soy una mujer de mediana edad, normal, quizá un poco más suspicaz que el resto de mis coetáneas, pero nada extraordinario, nada digno de destacar: no soy ni muy inteligente ni inusitadamente despreocupada. Bueno, pero este no es el “quid” de la cuestión, como suele decirse; el asunto es que cuando era más despreocupada por aquello de la edad, me gustaba ir a todos sitios, y en realidad antes era, en cierto modo, más ilusa y bienpensada y no se me ocurría siquiera sospechar de los peligros que me acechanban en todos los rincones de este inmenso mundo. Por lo tanto, no albergaba ningún tipo de resquemor en contra de los cipreses. Sin embargo, a lo largo de mi vida, he aprendido a temer a estos seres taimados, pues con ellos se relacionan los sucesos más funestos de mi existencia.
A los doces años, murió mi padre. Jamás me dijeron por qué razón mi padre falleció, mas lo descubrí cuando crecí un poco y tuve acceso a las hemerotecas municipales. En realidad, mi padre, respetado como ninguno, había perecido en un accidente de tráfico ocasionado por la maldad ingentente de unos cipreses que se le cruzaron cuando circulaba a una velocidad “ mayor que la permitida en centro poblacionales” (según cuenta el periódico local), pero está clarísima la causa verdadera del siniestro: la maldad de los árboles. Usted puede pensar que es casualidad el que mi padre se estrellara fatalmente con un ciprés, ya que es el árbol característico de mi pueblo, pero yo prefiero creer en la causalidad: es más lógico este tipo de razonamiento, al menos en mi opinión, porque ya he dicho que huyo de las supersticiones como el gato del agua. Usted creerá que se trata de una obsesión, y yo, en este caso, le daré la razón: hay obsesiones que se hallan más cerca de la realidad, que no el escepticismo incoherente de muchas personas a las que les he enumerado los motivos por los cuales me he declarado en guerra contra estos seres endemoniadamente arteros, llenos de un verdor que se me antoja siniestro. ¿Ha visitado usted el cementerio municipal? Fíjese en que los cipreses que rodean el campo santo absorben la luminosidad y la vida que nos trae el sol con sus brillos divinos. Y creo firmemente en lo que digo, pues no estoy sola en este planteamiento: uno debe fiarse de sus sentidos, ya que son los medios que nos conectan con nuestro entorno; que eso no lo digo yo, eso lo dicen más de un filósofo, y dos y tres... Allá usted con su parecer, que yo tengo el mío.
Sea como fuere, los cipreses estuvieron ahí. Algunos vecinos testigos del accidente y a los que he contado algunas conclusiones de mis pesquisas me han llegado a corroborar que “los cipreses parecieron brotar de la nada a causa de la fuerte intensidad del resplandor del sol”; y esta es una cita textual de un muy buen amigo mío, del cual me fío sin dudar. Con lo cual, imagínese usted conduciendo con algo de prisa cuando de la nada surge un árbol infernal con intenciones envenenadas con el que se topa inexorablemente. Figúrese usted la escena: el coche colisionando estrepitosamente contra el tronco y su cuerpo saliendo despedido con una fuerza capaz de tirarlo veinte metros allende del accidente. El cuerpo de mi padre quedó tan deformado e irreconocible que una universidad cercana no quiso acogerlo para hacer experimentos científicos con él. Usted no puede hacerse una idea, pero yo sí. Pues todas las noches de mi adolescencia, me persiguió, atormentó incluso, la imagen de mi padre finalizando su estancia en este mundo de esta manera tan trágica.
El daño más mortífero, letal, insoportable... que me ha infligido la presencia soez y taimada de los cipreses, y que nunca se lo perdonaré, ni me lo perdonaré, es el haberme arrebatado a mi esposo. Yo conducía en aquella ocasión: velocidad moderada, música alegre (The Queen), un sol lleno de júbilo y la continuidad de un vida pacífica... Eso no se espera, un accidente no se espera, aunque albergaba en lo profundo de mi ser el odio más visceral, uno no se imagina que el fatídico fin que teme se puede hacer realidad en cuestión de segundos. No sé cómo, pero de repente mi marido agonizaba atravesado por una barra de metal que se ocultaba detrás de uno de los árboles malditos. Transida de dolor al ver a mi marido alcanzado por la muerte, me juré en silencio, con las lágrimas corriendo por mi cara recién golpeada, que la vida de mi marido no sería una cosa baladí. Les declaré quedamente la guerra a mis demonios .

jueves, 26 de marzo de 2009



La música clara y perturbadora de las metrallas
Resuena desde la mañana.
Los niños bailan al son de los asesinatos y las balas,
Ingenuos ellos, niños todavía pese a las heridas,
pese a los humillaciones y las puñaladas en la oscuridad.

El silencio se hace en sus bocas al caer las bombas,
Sin embargo solo los años acaban con el brillo de sus ojos;
Ni siquiera las botas en la cara consiguen reemplazar la ilusión
en esas miradas limpias como las nubes solitarias.

Esos son los niños de Palestina, la tierra indómita,
Donde el fuego no da calor, tan solo arrasa esperanzas,
Cuerpos sorprendidos en la calle, datos en las listas de la ONU;
Es tierra indómita, pero también tierra resignada, tierra sin ilusión.
Por eso, los niños son brotes que, con su resplandor,
Alejan las penurias con esa sonrisa minúscula, de gratitud,
De sorpresa, de vida, de futuro, de sueños…
Sonrisas, al fin y al cabo.