jueves, 12 de junio de 2008

Verdugo paternal


Dedicado de modo encarecido y condenatorio a uno de los dictadores más sutiles y arteros, pero no el único. Ni siquiera creo que forme parte de un grupo reducido. Fritzl, de Amsteten.


Verdugo paternal, labios de furia y nácar,

el cielo cierra sus puertas de fantasía y plata

al saber del cautiverio de tus sangrantes hijas,

tus nietos espurios y cándidos como la espuma de mar.

¿Quién acogerá tus manos asesinas, tu bigote de sangre,

tu cuerpo gris y atribulante?

Ya no tienes cabida, dictador hogareño,

En este mundo de fotos y casas de cristal fotografiado y engaño.

Tu grito, obscuro e infernal, suena parecido, es igual,

que el rugido de los chacales. Tus lágrimas caen en el desierto

de la soledad. Te digo asesino del júbilo vital

que caerás con tu llanto de tirano sempiterno.

Serás pasto de la ira de la conciencia y hallarás fuego para enjugar

tus errores: esas gotas azules de arrepentimiento.

Gorjeos de sufrimiento y hiel, cantos silentes de muerte en vida

son tus esclavos filiales y azul tristeza reverberan sus ojos

de pesar y soledad urdida.

Fueron tus cautivos y son tu condena. Lloren tus azufres,

ardan tus rodillas que estrujaron los pechos,

delicados y blancos,

de aquellos a los que engendraste con espurios gestos y sin besos.

Llameen los ojos valientes de los que subyugabas en tu castillo

de oscuras mentiras, de protección abrumadora, de balas de silencio.

La vida empieza con un brillo atroz para ellos, vuelven de tu reino del miedo metálico.

Cuando tus cumbres se hagan cenizas, cuando en tu pútrido catre solitario,

expires, que Satanás traiga la foto de los oprimidos en tu pecho agrio

y beses el arrepentimiento de aquellos a los que dejaste sin aire de felicidad.

Muera en paz, ídolo infernal.



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