Mi madre se envuelve en un manto de optimismo,
de ilusión,
como para apartar de sí el cielo negro, la bruma y el destino
que arrastra el dolor que la abruma. Siempre hace lo mismo.
Enciende un cigarro y piensa. Se sume en delirios de bonanza.
Canta para sí, en silencio, sin más ropa que las penas
que la afligen. Se levanta y se desnuda porque es dura,
cree que es dura, pero yo sé que es un rosa marchita
que se finge espina: las briznas de hierba verde,
a quien un día dio la vida, necesitan de su dulzura
y para ser tierna envenena su piel áspera y fría.
Se convierte a veces en roble robusto para alzar su mirada
y seguir viendo el cielo azul, pese a que las nubes eclipsan al sol,
que fue siempre vigía de los parásitos que a sus siete vástagos
roban la fruta. Tienen hambre. Entonces, es fénix y renace
para echar a volar y traer a sus crías las chispas de amor
antes de arder en valentía y atraer para sí el esfuerzo y el arrojo. Grita,
y quiere dormir, pero apenas una duermevela frágil y gira en el cielo
para hacerse roble. Llega la noche, y sus pétalos lucen marchitos.
Descansa solitaria en su oscura habitación.
1 comentario:
Precioso, Yusef, en tus últimos monólogos has transpasado la barrera de los prejuicios del poeta, del literato. Has calado hondo en este homenaje a una dama, tu madre. has sabido captar la esencia de la mujer disciplinada en el dolor, pero ciega en la ilusión. Bravo. A ver si te comento más a menudo. Sigue creciendo
un abrazo
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